martes, 19 de mayo de 2015

MÚSICO MENDIGO

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                                   MÚSICO MENDIGO

 

                                           De mi libro:   Flamencos y Taurinos                                                                 


Hoy en Burgos apenas si hemos visto el sol, una espesa niebla nos ha acompañado todo el día y, finalmente, la noche nos ha traído una brisa congelada que se nos mete hasta los mismísimos tuétanos.

Esta noche en Burgos hay alguien que va de paso, sin un destino concreto, posiblemente de hoy para mañana, según le traten. Ya veremos.

Su historia se va repitiendo día a día y ciudad por ciudad, su bagaje es siempre el mismo; le acompañan los recuerdos más íntimos, sus fotos y sus cartas personales, pedazos de otra vida quizás más afortunada, algunas viandas, en fin, todas sus pequeñas miserias; tiene instalado todo su ajuar en un carro de la compra deslucido, algo sucio y con las ruedecillas descentradas. Como siempre, colgada de su hombro, su inseparable guitarra.

Yo le he visto una noche en la Calle de los Herreros, bajo la luz de un rótulo grande de neón que anuncia un lujoso restaurante, tañendo por soleá su guitarra. Toca bien. Estaba allí sentado sobre un altavoz conectado a una batería y un micrófono de pinza, desgarrando lo más íntimo de su comunión con la música flamenca que siempre le acompaña. 

Tiene buena izquierda, en la guitarra, esta mano, es la que siente, por algo está más cerca del corazón; para combatir el frío, se ha puesto en la derecha un guante de lana negra con las puntas de los dedos recortados, que le impide una ejecución virtuosa y brillante que él suple con la hondura de sus notas. 

Su estuche está en el suelo abierto como una boca enorme de terciopelo rojo, que pide a gritos unas monedas para seguir haciendo su camino, para seguir a rastras con su vida y su soleá doliente y desolada.

El paisaje de la calle es de lo más pintoresco y el ambiente, aunque frío, es alegre y bullicioso; quien más, quien menos, deja algo de dinero suelto procurando que no suene al caer; algunos se detienen  un momento a escuchar y hacen corro, entonces él se crece y toca con más garra, se ensimisma, se ilusiona con su interpretación por soleá y consigue encandilar al gentío que aplaude y envía a los peques para que dejen sus monedas en el fondo del estuche.

Seguramente viene del Sur, a regalarnos con su música flamenca, con la misma que se inspiraron Falla, Granados y Albéniz, viene a poner un poquito de calor  en la fría noche burgalesa, pero la noche le vuelve la espalda y se disfraza de autoridad, se viste de policía local con sus botas de cuero negro, su impermeable azul y su gorra de plato; se ha puesto también, un correaje y una pistola al costado derecho para interrumpir al mendigo y desalojarlo de la vía pública como si de un maleante se tratara. El músico, que es sabio, obedece y contesta al policía:

      -Otra vez, no traigas la pistola para hacer callar a mi guitarra.

Hoy en Burgos, apenas si hemos visto el sol, una espesa niebla nos ha acompañado todo el día y, finalmente, la noche nos ha traído una brisa congelada que se nos mete hasta los mismísimos tuétanos.

                               En Amazón libros: Paco Arana
                                                                

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