jueves, 8 de septiembre de 2016

LA CASA ENCANTADA



                                                         LA CASA ENCANTADA 

                                       

                  
Envuelta en una niebla gris que decolora la blanca fachada de la casa y la impregna de un azul tenue y dudoso, serpentea la yedra verde que anticipa ya el otoño en alguna de las puntas de sus hojas agostadas.
Está marcada con el número doce, en un azulejo pegado en el dintel de la puerta de la entrada, una puerta, cuando menos, centenaria, con dos hojas pintadas de gris-triste y terciopelo-ajadas, que encierran bajo llaves y cerrojos todos los secretos encantados de aquellos antiguos moradores ya difuntos o, si acaso, las vivencias de su último eslabón, una anciana que ahora ocupa la habitación de una residencia construida para personas desamparadas.                           
Un exótico cactus la resguarda a la vez que corta al paso al caminante con sus púas, y amenaza con bloquear la entrada. Hay un silencio sepulcral que invade el sitio y un olor anticuado y sucio que se asoma y da a la calle por una celosía que perdió el cristal de la ventana; allí reposa indiferente y olvidada una maceta que tuvo primaveras floridas y que ahora  no la queda absolutamente nada.
Todavía tiene encanto esta casa abandonada, aunque espera silenciosa la visita de su dueña que no llega, con lo a gusto que estaría la mujer, sentada en una silla mecedora, dando lustre al paisaje solitario y reviviendo los momentos más felices de una vida, que ha caído en el olvido de su gente y ahora mismo se siente totalmente arrinconada.

                                                       Prellezo verano todavía 2019   
                                                       Paco Arana