jueves, 16 de febrero de 2023

PRADOLUENGO SEMBLANZA DE FORITA

 


                             SEMBLANZA DE FORITA

 

Paco Arana

                                    

Todos me llaman Forita

mas no me quiero enfadar,

tengo nombre y apellido:

Anastasio Salazar.

Con esta expresiva cuarteta se presentaba Forita a la sociedad praolenguina, en un tiempo en que todavía no se había inventado la Tele ni llegado a los pueblos las revistas del corazón y otros espectáculos erótico-pecaminosos; existía, eso sí, el Cinema Glorieta, elegante, acogedor y a esta fecha histórico mantenedor de la cultura, así como algún que otro teatrillo callejero que se dejara caer de vez en cuando por el Pueblo, con la canzonetista Tomasa, la cabra Mariana y sus músico-saltimbanquis, que animaban a la sazón el tedio acumulado por la rutina de meses, semanas y días.

Imprescindibles también estos personajes correveidiles y burlescos de la localidad, encargados de publicar aconteceres urbanos con el gracejo sin igual de sus coplillas.

Dureza y resignación eran el sino de nuestro sin par personaje,  y así se conformaba Anastasio Salazar que, harto de penurias y necesidades, intentaba emplearse, para su frugal condumio, en alguna de las labores que ofrecía la industria de La Villa Textil y otros empleos de menor cuantía. Había ejercido su oficio de fotógrafo durante los primeros años de su juventud, hasta que el  fatídico parón del año treinta y seis, le retiró del mercado de igual manera que a otros tantos oficios condenados al “desempleo”.

Cierto es que en su afán por llevar un duro a casa, en cierta ocasión, se puso a las órdenes de un fabricante-calcetinero-amigo que le contrató para reempedrar el deterioro de la acera de su vivienda, y allí se presentó Forita con su mejor intención, su  capazo, su piqueta y sus materiales, hasta que aparecieron los malditos  guasones, para sacarle las faltas a su trabajo con las burlas quisquillosas de siempre (que si te sobran dos cantos, que si van torcidos, que si es floja la tierra), de manera que, encabronado Anastasio, abandonó la faena maldiciendo a los cizañeros, para no volver más por mucho que le suplicara su amigo fabricante.

Supuso para Forita un antes y un después de aquellos momentos de economía de guerra que, defraudado por el panorama, brotara en su mente un sin vivir que le desquiciara y llevara a callejear desde el barrio del Perché hasta San Roque, amenizando con sus coplas a chicos y grandes, acompañándose con un rasgueo labial de bandurria imaginada, que ejecutaba con los dedos de su mano izquierda, abierta sobre el pecho, para luego percutir con la derecha:

“La sí la sí la  la sí la sol      

la si la si la si la sol la sí

por la cuesta de Trobajos,

para subir a la Virgen del camino,

precisamente allí están,

las garitas del vino,

del vino sí,

para beber

y para invitar…

¿A quién…? A los obreros, los importantes, y a don Gervasio el veraneante, que usa levita, chaleco y guantes. Y al caballero, tan elegante, con qué salero, de jipijapa, luce un sombrero”.

Hombre de poca hechura y algo menos de cordura, le tenían catalogado sus paisanos como un personaje tan audaz como trastornado por las circunstancias que, con el beneplácito de la mayoría, terminaría siendo el hazmerreir del Pueblo; precursor del rap y sabedor de que con sus coplas y sus versos recitados a compás, se encargaba de sacar a relucir algunos trapos sucios, amores, amoríos y desagravios, así como otros halagos y bienaventuranzas de las gentes del lugar.

Entusiasta de Prado y sus costumbres, amante de la acrobacia ciclista y ferviente seguidor de la banda de música, a la que acompañaba en los pasacalles, y con la que se pasaba horas enteras junto al templete, tarareando lo más florido de su repertorio, en aquellos conciertos matinales de las fiestas de La Virgen y San Roque:

                                  La banda municipal,

lo bien que alegra las fiestas

por eso a Prado le llama

El Cabaret de La Sierra.

Surgía la copla, pero el paisanaje se tomaba a chirigota sus misivas, ante todo y sobre todo, porque lo consideraban como desvaríos mentales de un pobre infeliz, incapaz de concebir males mayores. Así es que campaba Forita a sus anchas, dando pares y nones con su verborrea cantarina, no exenta de ingenio y decoro en cada copla que, podría zaherir al avieso personal, aunque también halagar a cualquiera de los vecinos más humildes, entrañables y cercanos del lugar:

                                Tan feliz en la solana,

                                 la niña teje y medita

y el hijo del hortelano

le ofrece  fruta bendita.

 

Recuerdos de aquella niña

que guardó en la faltriquera,

su memoria inolvidable

y un puñadito de peras.

Maltratado, ofendido y humillado se sentía nuestro hombre, por el gesto de mujeres, chicos y grandes que, a su parecer, se mofaban con descaro de sus actuaciones en público, mostrándose cada día más huidizo, misógino, escéptico y al final estropajoso por descuidado, y se le oía repetir:

Soy el coplero del pueblo

y vivo en mi casa solo,

sin perrita que me ladre

que con poco me acomodo.

En los devaneos y recuerdos nostálgicos de su antiguo oficio, solía Anastasio aparecer esporádicamente por La Plaza, pertrechado de su máquina de fotos a fuelle, trípode, cámara oscura y demás elementos necesarios, que todavía conservaba, para “aparentar” nuevas fotografías, que nunca más serían reveladas.

 


Los más viejos del lugar nos recuerdan que las averías que preparaba eran cada vez más gordas, y parece ser que, con ocasión de la visita oficial del Gobernador Civil de Burgos a la ilustre Villa, y finalizada la arenga en el balcón municipal, estimuló el ínclito a la masa para cantar el Cara al Sol, saludando con el brazo levantado; momento en que apareció nuestro teatralero y libertario praolenguino, parando los aplausos con sus gritos e improperios para soltar su repertorio de afrentas, insultos y maldiciones contra el mismísimo alcalde, al que tachaba de mandilón, republicano y comunista.

Engordó el alcalde nuevo,

que viva la libertad.

Se acabó el racionamiento,

  todo  llega en cantidad. 

En mala hora lo hiciera el exaltado reincidente, y así fue que, para evitar males mayores, se apiadaron de él las autoridades, aplicando la condena más liviana para estos casos, y fue conducido arrastras hasta el Cuarto de las Bombas por tres funcionarios de oficios varios, que lo dejaron encerrado en aquel improvisado y temido calabozo municipal, donde soportaría una oscura noche más, de su maldita y desdichada existencia.

Llegó esta vez a oídos del Párroco el desgraciado episodio y, comprobada la delgadez y el deterioro de Anastasio, quiso este protector apostólico del hambre ayudarle con sermones, consejos y algunas pitanzas, además de media botella de vino tinto, que le acercó hasta el alto de Lomba, donde tenía su humilde morada el ingenioso rimador para quitarle las telarañas de la barriga, que le estaban robando la salud y le imprimía un pálido color de difunto que le iba asomando a la cara por momentos.

“No te veo en la iglesia”,

me ha dicho el cura.

Le he dicho que mis males

son desventuras.

Lo que yo espero,

después de tantas penas,

ganarme el cielo.

Pasado el altercado aquel con la lúgubre noche de encierro, se encontraba él tan triste y desconsolado que se enclaustró en la casa y desapareció por un tiempo de su escenario asfaltado. Cuando el personaje volvió de nuevo a la palestra, Anastasio era ya mucho más Forita y más juglar que antes; cojeaba un poquito más, parecía un poquito más viejo y solitario, y se había hundido aún más en un pozo de tristeza, llegando a conmover el corazón de la atenta chiquillería del Pueblo, que intentaban animarle ahora, para compartir y deleitarse, otra vez, con sus trovas y sus canciones.

Los chiguitos de mi Pueblo,

saben solfa, casi todos

y Anastasio Salazar

canta con ellos a coro.

Hubo también alguna cuadrilla de guasones, conocidos como “La Zizaña y otras Yerbas” que, con su cachondeo y otras artes socarronas, le incitaron a recuperar su habilidad fotografiadora, y  le enredaron  para que una mañana de domingo les tomara una instantánea a todos ellos a pie del templete, que ha sido y será el escenario fotográfico más rumboso del Pueblo. 

Esta vez se empeñó en el reto sin temor y apareció en la plaza con todos sus achiperres, pero debió de ser otro fotógrafo quien captó la imagen de Forita encapuchado y de espalda, en primer plano, a los propios guasones, tiesos como el palo de una bandera en el fondo y los curiosos chiguitos a los costados.

Ahí queda el testigo fiel de esta instantánea anónima, tan inoportuna como delatora y, a todas luces, más válida que mil palabras.

Se descubrió de nuevo el panorama callejero de Anastasio y volvió por un tiempo a sus coplas y decires: algunas burlescas, otras aduladoras y las menos algo picajosas y dañinas, que podrían haber incordiado a una pequeña parte de la vecindad y conformado, por qué no, a otros tantos o más. 

Hoy está llena la plaza

de gente trabajadora.

Los mucho, pan y trabajo,

los pocos la sopa boba.

La musa envejecida y sin rumbo de Forita intentaba expresarse de nuevo al son de su bandurria perdurable, pero aquellos versos pequeñines, redondos y salados, se estaban convirtiendo en violentos, combativos y molestos, así que su repertorio improvisado de cuartetas, como su atuendo, su economía y su salud, le precipitaban, sin remedio, al desbarajuste más inhumano:

Las penurias y el creciente deterioro le avocaron a incorporarse en la lista de la cola de los pobres de solemnidad, que se reunían puntualmente cada viernes para mendigar unos céntimos por las calles y casas señoriales del Pueblo, sorteando, claro está, las que habían colgado en la puerta el letrero de “PROHIBIDA LA MENDICIDAD Y LA MISERIA”.

Seguramente se le removiera a Anastasio la conciencia y algún vestigio de  dignidad, heredado quizá de sus antepasados establecidos, tiempo ha, como fotógrafos en el centro de la capital de León, le hacía meditar sobre su penosa situación y sentirse como un endeble animal herido y verdaderamente avergonzado:

Por la acera de los ricos

la  cuerda de pordioseros,

para una triste moneda

con qué arreglar el puchero.

El Fausto y La Anselma, matrimonio amigo y vecinos cercanos de la última casa de La Plazuela, tuvieron a bien, en momentos de verdadero apuro, compartir con él parte de su modesto sustento, así como La Lobita y sus cuatro hijos, que con mayor cercanía, pero menos medios a su alcance, custodiaban con esmero su visible decadencia anímica. y ocasiones navideñas hubo que le invitaran también a cenar en sus casas respectivas.

Ocurrió a altas horas de la noche que los delirios incoherentes de Anastasio, invocando a voces a su difunta madre, traspasaran la ventana de su cuarto abierta al duro frío de invierno, hasta llegar a oídos del sus vecinos más cercanos de Lomba, que impotentes, angustiados y temerosos dieron la noticia al médico del Pueblo.

Reconocido su gravísimo estado, decidió el doctor trasladarle con urgencia al Hospital-Hospicio-Provincial de Burgos.

En la casa quedaron los enseres de  Forita y sus miserias y, no encontrando los empleados de la limpieza utensilios ni objetos de valor, les faltó tiempo para arrojar todo aquello a la basura, incluida una valiosa caja metálica en la que  conservara él los negativos fotográficos de aquella época fructífera de su profesión, un pequeño tesoro que bien podría albergar documentos inéditos de la historia y el carácter tan peculiar de nuestra bendita Villa Textil.

Tan solo tres días después, encontró Anastasio la muerte y no sonó para él la campana de la torre de la iglesia de su Pueblo, tan solo los Servicios Sociales de la capital burgalesa se encargaron de enterrar sus despojos en una fosa común sin número, sin nombre y sin letrero, donde esperarán, a buen seguro, la visita de ese claro de luna llena que nace de la inmensidad de los astros alumbrándonos a todos por igual y que, mejor cuanto más tarde, espera alcanzar también este humilde rimador… cuando todo haya pasado.

Como no murió en su Pueblo.

¿Qué sepultura tendrá?

Mas todos te recordamos

Anastasio Salazar. 

                                               

Este pliego de cordel se publicó en Pradoluengo el 30 de Mayo del año 2.020.  A BENEFICIO DE LA ASOCIACIÓN ESPAÑOLA DE AYUDA CONTRA EL CÁNCER INFANTIL  

                     FORITA DE PRADOLUENGO   

             No hay nada más feliz que nuestra infancia

ni amistad tan leal y tan sincera,

nostalgia de emoción más duradera,

lo mismo  en la escasez que en la abundancia. 

Hoy la mente, el tiempo y la distancia,

mis momentos felices recupera,

 verdad que disfruté mis primaveras,

y quité mucho hierro a la balanza. 

Personajes vividos y olvidados

sin fortuna y sin nada que contar…

sin nadie que recuerde su abolengo. 

Fue Forita otro más desheredado

que merece la lisonja del juglar,

en La Villa Textil de Pradoluengo.