EL
TESORO DE MAMBRÚ Paco Arana 31-07-17
Transcurría el
año cuarenta y cuatro del pasado siglo XX, quinto año triunfal de aquella
guerra sin sentido en que, los que “todo lo ganaron y todo lo perdieron”, se tuvieron
que acostumbrar a la economía de miseria que se había instalado en La Villa
Textil de Pradoluengo, y como la suerte siempre va por barrios, pronto destacó
la abundancia de la oligarquía terrateniente, sobre la escasez manifiesta de la
plebe sometida.
Tras la guerra
civil, alguno de los desheredados praolenguinos, iniciaron su éxodo a los
países iberoamericanos y no faltaron los que eligieron La República Dominicana como
destino para realizar sus deseos de libertad, trabajo y confianza.
Pasado el tiempo,
diez años quizá, llegaban al Pueblo cartas bienaventuradas con las noticias de
los primeros emigrantes, que, al parecer, habían alcanzado el bienestar en La Isla,
aunque, hasta la fecha, nadie había vuelto para contarlo.
Fue entonces cuando
Saturnino Villar, cariñosamente “Mambrú”, un joven empresario, que intentaba,
sin fortuna, sobrevivir en el Pueblo con su humilde barbería, se enteró de
aquella oportunidad de oro que proponía La República Dominicana a los jóvenes
de La Sierra de la Demanda, para explotar nuevas tierras que les daba el propio
gobierno y asegurar su porvenir, con lo cual decidió embarcarse rumbo a la
aventura americana.
Una vez en La
Isla y llegado a su destino en el municipio de San Juan de la Managua,
descubrió enseguida, que aquella maravillosa oferta, era una artimaña, emanada
de la buena relación entre los dictadores Franco y Trujillo, siendo este último
el sátrapa que se la urdió al entonces caudillo de la nación, para insuflar
sangre española entre las nativas dominicanas con la única pretensión de “rebajar
color “al nuevo encaste que se pretendía.
Ni que decir
tiene que, el bueno de Mambrú, no le hizo ascos a los ofrecimientos de las
solícitas damas, y tuvo además la habilidad de salir huyendo del compromiso
conyugal, para, en cuanto pudo recuperar su pasaporte, embarcarse de nuevo rumbo
a España… y santas pascuas.
Otra vez de
vuelta en el terruño, reiniciaba su viejo oficio, en el mismo local y domicilio
de antaño, en el que se anunciaba ahora como “Peluquería El Barato”, intentando,
con semejante premisa, atraer a una buena parte de su antigua clientela, pero,
a estas alturas, ya había alcanzado el veterano Misián la fama y excelencia de
fígaro consolidado, mientras que Mambrú se pasaba los días mano sobre mano
esperando el porvenir… y el porvenir nunca llega.
Pues allí ocurrió,
en la calleja del Cinema Glorieta se gestó la historia del Tesoro de Mambrú.
Benditos sean todos sus protagonistas y todos los afortunados testigos que tararearon la letra y música del
romance, que inmortalizó Pedro Pichas, poeta y músico eminente de La Banda
Municipal praolenguina que solía servirse del anecdotario provinciano para
versificar las situaciones más chuscas y memorables de aquellas gentes, tan
capaces de averiguar el día a día de su estrecha subsistencia.
Fue un tal señor
Martínez, que había iniciado por entonces, una obra de construcción, en un vano
de su propiedad, pegado a la calleja del Cinema Glorieta y colindante con la
Casa-Barbería de Mambrú, para lo cual había contratado dos expertos albañiles:
Justino y Panchi de Pablo que bregaban día a día con lo más duro del oficio,
cavando a fondo para la cimentación de lo que pretendía ser un estrecho
edificio de tres alturas.
Resultó que a los
pocos días apareció en la casa de Mambrú, tirado en el suelo, junto al hueco de
la chimenea, un rugoso, chamuscado y mal doblado pergamino con indicaciones
claras de un tesoro escondido en el hayedo, muy cerca de la remota choza los vizcaínos,
término de Las Narras.
Cuanto más miraba
Mambrú el documento aquel, más fuerte le palpitaba el corazón, y decidió
compartir la buena noticia con su cuñado Facio, que a buen seguro conocería el terreno,
ya que, en otros tiempos, se había dedicado a hacer carbón vegetal en aquella zona.
Se encandilaron
los dos parientes con la idea de explorar el terreno y buscaron la colaboración
de Ángel Higales, vecino cercano que disponía de un caballo de fabricante, con
el que desplazarían las herramientas necesarias, y de los dos picapedreros a
destajo, Panchi y Justino, que entraron también en la participación del posible
negocio, del que Mambrú sería, lógicamente, el mayor accionista.
Subían a Las
Narras recién anochecido y cavando hasta el amanecer, lograron hacer dos
superficies de tamaño semejante al templete de la plaza del Pueblo, pero no
encontraron rastro alguno de los lingotes de oro que refería el plano aparecido
en la casa de Mambrú. Decaían los ánimos y surgían entre ellos tremendas
peloteras, por parte, sobre todo, de Higales, que se había erigido director de
operaciones, tan solo para no agarrarse al pico y la pala, y andaba
zascandileando de un lado a otro con el farol.
Después de una
acalorada discusión, estaban ya decididos a abandonar la hazaña, cuando sonó a
metal un azadonazo que dio encorajinado Mambrú y resultó ser una cadena con
cuatro argollas gordísimas de hierro, señal segura de que el tesoro estaba
cerca. Esto reavivó la llama de la esperanza durante unos días, hasta que Facio
se enteró de que las referidas argollas, pertenecieron a los aizcolaris vascos
que vinieron a estas tierras, siglos atrás, a talar los hayedos, para armar sus
gabarras y sus grandes navíos.
Mambrú intentaba
a toda costa animar al grupo, para que no abandonasen, entre otros motivos,
porque se había adelantado a decirle a su esposa:
-Ya estamos muy cerca del tesoro, Paulina.
Verás que pronto, vamos a ser ricos.
-Ay Saturnino, Saturnino. A ver si es verdad. Por qué, lo que es
la barbería…
Demasiadas
expectativas se había creado Mambrú y demasiada información corría a estas
alturas por el Pueblo, hasta que un buen día, apareció Higales echando pestes por
la barbería, y con el supuesto viejo pergamino en la mano, le confirmó que no
existía tesoro alguno, ya que el documento aquel, era totalmente falso y que además
estaba hecho con papel de estraza de la pescadería de La Asun, para lo cual le
mostraba uno totalmente idéntico, pero sin doblar, ni arrugar, ni escribir, ni
chamuscar, y le abroncaba diciendo:
-Somos la burla del Pueblo, Mambrú, dos meses subiendo a Las
Narras para hacer el ridículo más espantoso, y, por si fuera poco, ahora nos
vemos metidos en copla… como La Dolores.
Poco tardó Mambrú
en descubrir que, aquello era cierto y bien cierto; tan solo tuvo que dar un
garbeo por la solana de las calles por donde el mujerío cosía boinas y cerraba
calcetines, y escuchar cauteloso tras las ventanas de los telares, para oír de
primera mano la cantilena y el romance que ya invadía el Pueblo entero, con
aquel ramillete de coplas que decía así:
En casa de un barbero
un documento ha salido,
que en la choza los vizcaínos
hay un tesoro escondido.
El barbero muy contento
se lo ha dicho a su cuñao
y armados de pico y pala
a Las Narras han marchao.
Muchos días trabajando
y no han encontrado nada,
y el buen Facio ha respondido:
-No subo más a Las Narras.
“Pero en una noche oscura
cuatro argollas encontraban,
creyendo que eran de oro
del tesoro que buscaban.”
Ya no afilo más navajas
ni corto ya mas el pelo,
me voy a comprar un hayga
de esos de último modelo.
“Quien no se crea esta historia,
que pregunte al que hizo el mapa.
Los incautos buscadores
nunca han vuelto a saber nada.”
Tampoco falto el
chismorreo en la barbería, desbordada por los antiguos y nuevos clientes que,
si en verdad, acudían para curiosear y mofarse de Mambrú, él, con su candidez,
les aguantaba la broma y el cachondeo, y adornaba incluso los detalles del caso
con sentido del humor y fantasía, comprobando, que aquella nefasta peripecia,
le estaba rentando los mejores resultados para su negocio; así es que, lo
primero que se le ocurrió, fue cambiar el antiguo letrero de “El Barato” por el
de “Barbería Mambrú” Peluquería, Perfumería e Higiene, viéndose así desbordado,
hasta el punto que, tuvo que dar turno y
lista de espera.
En Burgos a 31-07-17
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