ALMA DE BORDÓN Paco Arana
¿Cuántas notas puede albergar el
seno de una guitarra morisca? ¿Cuántos lamentos, cuantas risas y cuántos
suspiros esperan la mano tañedora que libere todas esas sensaciones escondidas
en su esencia flamenca? ¿Qué trémolo apasionado para expresar una caricia? ¿Qué
torrente de notas pican y repican por bulerías para jalear una boda gitana?
¿Qué sutil arpegio para pintar un paisaje de la Alhambra o el atardecer de una
playa de Cádiz? y ¿Qué filigrana de compás y síncopas para crear este soniquete
que canta con voz de muecín y baila al son de viejas panderetas, sonajas y
laúdes?
Aquella “sonanta” primitiva,
anduvo siempre su camino viviendo y conviviendo en barberías, tabernas y fiestas
campechanas de aldeas y arrabales, con el consiguiente menosprecio de cortesanos
y eruditos, y fue el músico y poeta
Vicente Espinel quien le añadió una sexta cuerda, para que Francisco
Tárrega y otros músico nacionalistas adornasen, gracias al bordón incorporado,
sus composiciones más sentidas con el sello y el carácter del Pueblo.
El bordón lleva entre nosotros
varios siglos de intensa creación y recreación. Podríamos decir que él es el
alma, la poesía y la emoción de la guitarra.
A través de ese bordón hondo y
potente, caminan por el mástil camino hacia la boca, las notas más profundas,
nacidas de esa vasija hecha de madera de ciprés y pino viejo, que hace sonar el
tañedor por gentileza de su pulgar y el rancio sabor del pueblo llano, con lo cual,
sigue sonando íntimamente a fandango, soleá o petenera.
¡Guitarra! Tú que has sido y serás
siempre de tabernas y mesones del camino, hoy con tu ALMA DE BORDÓN y el
rasguear del caminante, también te debes de sentir poeta.