sábado, 20 de marzo de 2021

CARPETA AZUL



 

LA CARPETA AZUL  Paco Arana 2021





Esta carpeta azul de mis poemas, a este cautiverio condenados ¿verán quizás la luz de mi pasado o cenizas serán de alguna hoguera?

Por mor de libertad yo bien quisiera que cayeran por fin en buenas manos y anduvieran discretamente ufanos, perpetuando a su musa antes que muera: Quizás un trovador de nueva ola que a través de su voz ponga de moda los versos del inédito poeta, dejarán de penar en la carpeta, huyendo de una vida sin sentido que no quiso caer en el olvido.     21-03-21

 

 

martes, 16 de marzo de 2021

EL PERRO DEL PANADERO

 

          

                      EL PERRO DEL PANADERO     Paco Arana     22-07-18     


             



                                                                                                                 
Es realmente ingrato trasnochar, mal dormir y madrugar, para comenzar el día pasando del fuego de la boca del horno, al frío invernal  que se acentúa con el chorro de agua de la fuente que golpea sobre los calderos y me salpica los pies en su acarreo hasta el obrador.

Hay que amasar, hacer bolas, hornear, barrer los ladrillos candentes del suelo, y continuar con la hornada siguiente. Lo único que se hace por sí solo es fermentar la masa, que aún así podría complicarse si le atacase alguna corriente de aire "malino".

Con esta premisa, no puedo por menos que acordarme de aquel dicho que tan sabiamente repetía mi abuelo y que ahora se me antoja indiscutible. ¿Cómo era aquello?
¡Ah! Sí, ya lo recuerdo: “de panadero a cabrón, solo falta un escalón”.

Bueno, pues no sé si he bajado soñoliento al obrador, o lo he soñado, pero en el último peldaño de la escalera dormitaba tumbado mi perro Benifusco, que intentaba aprovechar con su barriga y sus patas todo el frescor de las baldosas. Me ha cedido el paso, me ha saludado con reverencia, creo, y se ha vuelto a su rellano dormitorio. No me fio mucho de este perro, me gustaba más su padre Fusco. Aquel difunto ejemplar sí que era un auténtico y verdadero amigo del hombre.

Este hijo de perra, es otra cosa, bueno, realmente es un macarra. Un engendro de aquel pointer de morro partido y una perdiguera legañosa, que dio como resultado este encaste golfo y bellezón, que desaparece cada noche con sus patitas blancas para irse de putas callejeras; motivo por el que ya le han partido la cara un par de veces y ha vuelto  a casa con alguna dentellada barriobajera.

Anselmo, el oficial amasador ha llegado tan puntual como siempre y hemos empezado la faena codo a codo. Todo ha ido de maravilla, da gusto trabajar con un obrero así; con qué agilidad y destreza han ido cayendo las hornadas una tras otra, hasta cuatro en total. Yo le veía entregado en su trabajo, como a un verdadero oficial de pala, que lo es, pero no podía hablarle, intentaba dirigirme a él y su cara se me trastocaba en la del perro; sus manos se llenaban de pelos y las uñas se le alargaban; tenía desabrochadas la camisa y el pantalón, y caminaba sobre sus dos patas traseras con gran agilidad mostrando su pechera, su barriga y su pijo encarnado y puntiagudo, apuntando al infinito.

Me ha ayudado incluso a dar el pan a la pala, cosa que nunca le hubiera permitido ni siquiera a mi mejor empleado, y con la cuchilla ha trazado un nuevo dibujo sobre la masa de las hogazas y los panes que a mí no se me hubiera ocurrido nunca, me ha dibujado un extraño pentágono, adornado con un agujero en el centro que reproducía su propia pezuña.

Este jodido perro me tiene abstraído, se me representa  a diario con su pelaje negro-brillante, sus ojos verde-gris y el lucero blanco que le adorna el centro de la frente.

Cuando ha bajado mi mujer al obrador, ha desaparecido Benifusco y, a partir de entonces, todo ha vuelto a la normalidad. Yo diría incluso que mejor de lo normal; curiosamente hoy no ha habido reproches, ni broncas, ni voces, ni disgustos.

Han empezado a llegar las primeras parroquianas y han elogiado el pan y al panadero también. Menos mal.

-Qué bendición de hombre tienes en casa, Amelia. -le han dicho a la parienta.- Vengo oliendo a pan nuevo desde la calle de en Medio, y te digo que esto es un verdadero manjar. Lo peor es que, mis hijos se lo van a comer como si fueran rosquillas.

Tumbado sobre un tablero de la panadería, con un saco doblado por almohada, he caído rendido en un sueño profundo y reparador, y al despertar me he encontrado otra vez con la mirada misteriosa de Benifusco que, seguramente, ha custodiado mi sueño.

Él espera una señal mía para saber si vamos a cazar. Me mira inquieto, a ver si me encinto la cartuchera, y entonces mueve la cola y levanta las orejas; tiene una algo caída y tronchada por los perdigones que yo le he ido alojando con mis disparos fallidos, y no le he hecho mucho caso, ya que me ha vencido el cansancio y me he dado otra cabezadilla. Entonces he soñado que estaba de cacería con él.

 Ha estado bien la cosa; no he acertado ni un solo tiro, pero me ha hecho dos muestras a la codorniz dignas de plasmar en un cuadro. Solo por esto y por el olor a trigo recién segado, ha merecido la pena el esfuerzo.

Ya de vuelta, Benifusco ha emprendido una carrera veloz hacia casa; yo le he llamado con insistencia pero él huía. Le he silbado para que volviera y ha hecho el amago, pero cuando se ha puesto a mi costado, no le reconocía, le he observado con atención y he visto que tenía la cara de Anselmo y corría a cuatro patas, semi-vestido con su camisa clara y sus pantalones grises; corría hacia la casa con sus zapatos traseros, sus pezuñas delanteras y su pijo puntiagudo y colorado,  seguramente, para encontrarse y retozar en mi ausencia con alguna de las perras callejeras que tanto le persiguen.




                       


               







jueves, 4 de marzo de 2021

EL LOCO DEL PARQUE


                                                 A mi me llaman el loco

                             porque siempre estoy callao,

                             llamarme poquito a poco

                             que soy un loco de cuidao.    Popular


                           


Desde el día que nos impusieron el uso necesario de la incómoda y maldita mascarilla, no he vuelto a ver a aquel hombretón fornido y desquiciado, que se sentaba en su banco incompartible y solitario del parquecito recoleto de este barrio donde, cada medio día, acuden ancianos venerables con sus nietecillos, desempleados de larga duración, comadres efectivas, adolescentes cuadrillas, novios en capilla y afianzados matrimonios, colegiales del recreo y este hombre humilde y solitario que a veces se enfada y vocifera con algún improperio ininteligible, que incomoda un poco, pero nunca ofende.

Tiene este parque un pedregoso estanque, que a falta de aquellos  llamativos peces de colores, está ocupado por cientos de patos silvestres que hace ya unos años se atemperaron al menú del pan atrasao y otros chuches edulcorados, del que también disfrutan las palomas del aire callejero, por capricho y gracia de los animosos niños chicos.

El loco del parque, ha vuelto a las mañanas de sol primaveral y parece algo más triste y decaído que antes; con esto de la pandemia y el confinamiento, se nos ha pasado un año completo y ya le habrán caído a nuestro hombre los cincuenta por lo menos, y unos kilos  más de aquellos que llevaba en su cuerpo agigantado y molesto; además ahora masculla nuevos insultos y palabrotas, que escandalizan al mujerío y perturban el jugueteo de los peques.

Tiene reservado en exclusiva un banco propio con la seguridad de que nadie va a querer compartir un asiento a su lado, ya que ahora se le pegan a las comisuras de la boca unos espumarajos que él intenta sacudirse a zarpazos, pero que retornan y se asoman al momento, con el consiguiente repelús de los asiduos al parque.

A todas luces, parece que está solo, pero en el edifico de seis plantas que colinda con el parque, hay una ventana, siempre abierta, que vigila al trastornado protagonista de tan triste melodrama. Es su hermana, una mujer, ama de casa y madre de dos niñas, que vive en el cuarto piso de su mismo portal, justamente encima de su protegido y querido hermano y vigila desde allí sus movimientos, controlando la  reacción que le pudieran hacer las pastillas que toma a diario. 

 El peligro de un brote inmediato, esta agazapado en el instinto incontrolable de este hombre, que hace unos días se manifestó a la puerta de la bodeguilla de su calle y que gracias a la llegada sonora de una ambulancia, fue auxiliado por dos sanitarios que, allí mismo, le pincharon y atemperaron para trasladarle al hospital donde ha permanecido cinco días, una semana corta… pero ya le han dado el alta y le han dejado de nuevo en su casa, para que sea tan feliz junto a su hermana cuidadora, su barrio, su parque, sus patos, sus palomas, su bodeguilla, su banco solitario y sus pastillas salvadoras.

Pocas horas más se ha concedido este hombre para culminar la historia de su vida. De madrugada, llenó de agua caliente la bañera de su casa, se sumergió en ella y se cortó las venas. Una víctima más de los efectos colaterales de esta prolongada y maldita pandemia. 

                                Se abandonó a la locura,

                                se hizo el loco más loco

                                y acabó con su aventura.