martes, 16 de marzo de 2021

EL PERRO DEL PANADERO

 

          

                      EL PERRO DEL PANADERO     Paco Arana     22-07-18     


             



                                                                                                                 
Es realmente ingrato trasnochar, mal dormir y madrugar, para comenzar el día pasando del fuego de la boca del horno, al frío invernal  que se acentúa con el chorro de agua de la fuente que golpea sobre los calderos y me salpica los pies en su acarreo hasta el obrador.

Hay que amasar, hacer bolas, hornear, barrer los ladrillos candentes del suelo, y continuar con la hornada siguiente. Lo único que se hace por sí solo es fermentar la masa, que aún así podría complicarse si le atacase alguna corriente de aire "malino".

Con esta premisa, no puedo por menos que acordarme de aquel dicho que tan sabiamente repetía mi abuelo y que ahora se me antoja indiscutible. ¿Cómo era aquello?
¡Ah! Sí, ya lo recuerdo: “de panadero a cabrón, solo falta un escalón”.

Bueno, pues no sé si he bajado soñoliento al obrador, o lo he soñado, pero en el último peldaño de la escalera dormitaba tumbado mi perro Benifusco, que intentaba aprovechar con su barriga y sus patas todo el frescor de las baldosas. Me ha cedido el paso, me ha saludado con reverencia, creo, y se ha vuelto a su rellano dormitorio. No me fio mucho de este perro, me gustaba más su padre Fusco. Aquel difunto ejemplar sí que era un auténtico y verdadero amigo del hombre.

Este hijo de perra, es otra cosa, bueno, realmente es un macarra. Un engendro de aquel pointer de morro partido y una perdiguera legañosa, que dio como resultado este encaste golfo y bellezón, que desaparece cada noche con sus patitas blancas para irse de putas callejeras; motivo por el que ya le han partido la cara un par de veces y ha vuelto  a casa con alguna dentellada barriobajera.

Anselmo, el oficial amasador ha llegado tan puntual como siempre y hemos empezado la faena codo a codo. Todo ha ido de maravilla, da gusto trabajar con un obrero así; con qué agilidad y destreza han ido cayendo las hornadas una tras otra, hasta cuatro en total. Yo le veía entregado en su trabajo, como a un verdadero oficial de pala, que lo es, pero no podía hablarle, intentaba dirigirme a él y su cara se me trastocaba en la del perro; sus manos se llenaban de pelos y las uñas se le alargaban; tenía desabrochadas la camisa y el pantalón, y caminaba sobre sus dos patas traseras con gran agilidad mostrando su pechera, su barriga y su pijo encarnado y puntiagudo, apuntando al infinito.

Me ha ayudado incluso a dar el pan a la pala, cosa que nunca le hubiera permitido ni siquiera a mi mejor empleado, y con la cuchilla ha trazado un nuevo dibujo sobre la masa de las hogazas y los panes que a mí no se me hubiera ocurrido nunca, me ha dibujado un extraño pentágono, adornado con un agujero en el centro que reproducía su propia pezuña.

Este jodido perro me tiene abstraído, se me representa  a diario con su pelaje negro-brillante, sus ojos verde-gris y el lucero blanco que le adorna el centro de la frente.

Cuando ha bajado mi mujer al obrador, ha desaparecido Benifusco y, a partir de entonces, todo ha vuelto a la normalidad. Yo diría incluso que mejor de lo normal; curiosamente hoy no ha habido reproches, ni broncas, ni voces, ni disgustos.

Han empezado a llegar las primeras parroquianas y han elogiado el pan y al panadero también. Menos mal.

-Qué bendición de hombre tienes en casa, Amelia. -le han dicho a la parienta.- Vengo oliendo a pan nuevo desde la calle de en Medio, y te digo que esto es un verdadero manjar. Lo peor es que, mis hijos se lo van a comer como si fueran rosquillas.

Tumbado sobre un tablero de la panadería, con un saco doblado por almohada, he caído rendido en un sueño profundo y reparador, y al despertar me he encontrado otra vez con la mirada misteriosa de Benifusco que, seguramente, ha custodiado mi sueño.

Él espera una señal mía para saber si vamos a cazar. Me mira inquieto, a ver si me encinto la cartuchera, y entonces mueve la cola y levanta las orejas; tiene una algo caída y tronchada por los perdigones que yo le he ido alojando con mis disparos fallidos, y no le he hecho mucho caso, ya que me ha vencido el cansancio y me he dado otra cabezadilla. Entonces he soñado que estaba de cacería con él.

 Ha estado bien la cosa; no he acertado ni un solo tiro, pero me ha hecho dos muestras a la codorniz dignas de plasmar en un cuadro. Solo por esto y por el olor a trigo recién segado, ha merecido la pena el esfuerzo.

Ya de vuelta, Benifusco ha emprendido una carrera veloz hacia casa; yo le he llamado con insistencia pero él huía. Le he silbado para que volviera y ha hecho el amago, pero cuando se ha puesto a mi costado, no le reconocía, le he observado con atención y he visto que tenía la cara de Anselmo y corría a cuatro patas, semi-vestido con su camisa clara y sus pantalones grises; corría hacia la casa con sus zapatos traseros, sus pezuñas delanteras y su pijo puntiagudo y colorado,  seguramente, para encontrarse y retozar en mi ausencia con alguna de las perras callejeras que tanto le persiguen.




                       


               







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