viernes, 24 de abril de 2015

!AY FEDERICO GARCÍA! De mi libro Flamencos y Taurinos



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                             !Ay Federico García!
                       
                                                                  
                                                                                                   

Cuando me invade el silencio escucho el tañido de mi guitarra que me hace expresar a través de su música flamenca todos los escalofríos, todas las lágrimas, todas las risas y todos los llantos nacidos de este pozo hecho de madera de ciprés y aire por dentro; busco entonces los sonidos negros, los rasgueos, los picados, los desgarros del bordón y los suspiros del trémolo, y me encuentro con la pena sin remedio que me clava su puñal atormentado y me desangra cada vez que recuerdo al grandísimo poeta Federico García Lorca.
¡Ay Federico García! Cuánto tiempo ha pasado desde que el miedo parara el pulso de tu estilo. Los jueces militares dijeron que tus palabras tenían más fuerza que los cañones enemigos; no quisiste entender que el poder siempre ha temido a la voz de los poetas y volviste tan ingenuo a tu Granada y al abrigo los tuyos, así que segaron tu voz y silenciaron tu obra durante casi cuarenta años; primero Federico El Segao, después El Prohibido, y hoy que todo el mundo te admira y reconoce, se levantan nuevamente aquellas  voces miserables e injustas, para gritar: ¡Basta ya de Federico!
Y otra vez vuelve el silencio. El silencio que desde el cobijo de la soledad tan inmensa en que se aloja, me envuelve en la magia de tus versos; esos versos, que  hoy inundan con su acento el continente, y yo sé que han de pasar siglos y siglos para que tus, ya viejos, poemas sigan presentes en la voz de los flamencos y en la boca los niños.
  Por eso hoy, abrazado a mi guitarra, quiero dedicarte dos fandangos granaínos, que he compuesto al modo de tu tierra, y evocando a tu amigo Frasquito Yerbabuena, te los traigo para que los pregonen los gitanos cantaores y te lleguen, si es posible, a ese barranco maldito e innombrable  donde te destrozas al rumor de la Fuente Grande  alejado para siempre del tumulto de los cementerios:
                                             
  • Agosto de madrugada
    ¡Ay Federico García!
    ¡Cómo lloraba Granada!
    Al amanecer del día,
    por tu sangre derramada.


    Las cuevas del Sacromonte,
    donde viven los gitanos.
    Estarán brillando el cobre
    y con las palmas de sus manos,
    repiquetean tu nombre.


    Todo se hace flamenco, y acuden todos al rito que oficia la sonanta, desde lo más profundo de la cárcel en que habita, cerrada por seis cuerdas de plata y carne, que guardan un halo de misterio.
     Allí estarás tú que sentiste el cante de Manuel Torre como un temblor de siglos. Tú que imaginaste la voz del gran Silverio pasando por los tonos sin romperlos y fundiste el sentimiento de tu guitarra con las guitarras gitanas del Sacro Monte granaíno. Tú que inventaste la palabra “Duende” para definir la agridulce brasa que eriza el cabello y transmite retazos de lo que se siente jondo.
    A ti que fuiste testigo y motor del primer Concurso de Cante de Granada y que le pusiste poesía a la soleá, a la nana, al zorongo y al jaleo; déjame que te cante también yo, por lo bajini –que a más no me atrevo– estas dos coplas, en recuerdo de tu absurda muerte y tu aureola de misterio.
     Por qué el misterio palpa, toca, retoca, escarba, busca y rebusca en la mente del silencio; allí reside la música que aflora por mor de quien, abrazado a la guitarra, se ahonda en lo más sentido y sutil de las formas femeninas de su cuerpo.
    Déjame que les diga a los gitanos que te has muerto para siempre en un amanecer agosteño. Déjame que les diga: que al payo que escribió su Romancero, le han quitao la pena negra y cabalga por los aires de Granada entre zambras romanís, bajo una luna lunera de silencio.
    ¡Ay Federico! Ahora que alguien dejó tu balcón abierto, cómo se llena de luz de plata, aire y agua, el sentir de Granada y Fuente Vaqueros. Ahora que todavía duermes sin tu guitarra bajo la arena, cómo  resuena tu voz antigua en boca de gitanos nuevos y qué bien riman tus palabras en el cante por derecho.
     Y una vez más, mi música flamenca, cuando me invade el silencio.


                              
                                  

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