sábado, 25 de abril de 2015

CAPÍTULO XII DE LA VERDADERA HISTORIA DEL PATILLAS







                                





                                  CAPÍTULO   XII

             De mi libro La Verdadera Historia del Patillas
                             
Madruga hacendoso el tabernero y cuando el sol de mediodía se asoma por las altas luceras de las dobles ventanas y golpea sobre la filigrana de las baldosas del bar, solloza su resaca tristona la guitarra. La Chari atiende a los curiosos visitantes mañaneros y además canta, cose, lee, murmura a veces y espera impaciente el relevo de Amando que oficiará una nueva jornada en que la noche con su bohemia, sus brebajes y sus luces de neón ayudará a disfrutar del gustillo y regocijo de cada instante.
De entre los visitantes matutinos más curiosos y entrañables que aparecen por allí, hay una antigua panderetera de Mahamud, conocida por La Sardineta que tiene un desparpajo y una sabiduría popular increíble y acude casi a diario a la taberna para matar el gusanillo del arte y saciar a la madre del vino que la llama y reclama su ración. Congenia divinamente con  La Chari, y:
-Buenos días Sardineta.
-Hola, Chari, buenos días. Dame un poquito de lo mío, por favor, que hoy vengo con una desazón en el estómago que si no  me meto algo...
-¿No te encuentras bien?
-Pero cómo me voy a encontrar, con estas pastillas que estoy tomando que no me hacen nada... pues mustia, hija, mustia y sin gracia, y además me ha dicho el médico que beba solo agua.
-Bueno, maja. Agua tiene el vino también.
-Eso digo yo, Chari.
-Una copita y se acabó. ¿Vale?
-Echa de lo bueno anda, majilla. Que a estas alturas de la vida...
-Pero tú, con los pretendientes que habrás tenido, te tenías que haber casao con un hombre de bien que te hubiera tenido como a una reina.
-De verdad que sí, maja. Hasta un notario tuve yo entre las piernas, sin olvidar mi antiguo novio inglés y algún que otro niño bien de la capital. Pero… el primero meaba muy alto, con el inglés no me entendía y los niños bien son todos unos pan sin sal, así que…
-Bueno Sardineta, nunca se sabe.
-Qué no, maja. Qué no. Qué yo he sido una “Juana”, qué se lo he dao al más pintao y luego, si te he visto no me acuerdo.
-A ver si te vas a parecer tú a La Tontaina de Lerma.
-¿Y quién es esa pobre?
-Pues una moza que cambiaba el chichi por uvas y, a último fin, resultó que eran de la viña de su padre. 
Muchas dianas y muchos pasa-calles de pueblo en pueblo lleva esta mujer a la espalda desde su juventud, muchos jarros y muchos  tragos entre copla y copla como para que ahora, cumplidos los sesenta,  tenga que dejarlo de repente; así que con toda esa añoranza... cuando empina el codo La Sardineta y se agarra al pandero, toma  un ritmo de todos los diablos y empieza su repertorio de romances y jotas de picadillo. Tiene en la garganta un gracejo de vencejo chirriador y aguardentoso, pero el repertorio que recita no puede ser más sabio y divertido. Ahí van  un par de botones para la muestra:

                           La falsedad de los hombres
                           lo digo porque lo sé,
                           si alguno me está escuchando
                           también lo digo por él.

                           A eso de la media noche
                           mi novio se arrimó a mí,
                           tocando la campanita
                           con el dinguilín, dinguilín, din.

                                                                                                           

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