En un ambiente desabrido
y apático transcurrió el entierro del último eslabón de la familia paterna de
Pancho Alcoba; noventa y dos años había alcanzado aquella mujer, deshijada por
estéril, y tan solo sus sobrinos, resobrinos y parientes lejanos asistieron a
su despedida en aquel cementerio
provinciano, junto con media docena de beatonas Teresitas.
Ya lo dijo el
curilla aquel en la homilía, “Tenía Josefina un corazón espléndido que rara vez manifestaba”.
Tan acertado como que, ni con lupa se encontró a alguien que conociera su
generosidad y alabara sus virtudes, desde luego comentarios no faltaron: “Tenía
su genio y muchas contradicciones ¿verdad? Qué pena, la vida no la debió de
tratar muy bien que digamos. Nunca la dejaron mandar en el convento y de pura
soltería, se volvió esquiva y amargada.”
Su difunta hermana
Leonor, ya se había ido de este mundo, años ha, sin despedirse de ella, pues
llevaban unos meses en discordia a cuenta de la última azotaina que la había
propinado la muy mística, aprovechando el deterioro en que la iban
dejando los achaques propios de su avanzada edad. Pero claro, una vez muerta,
la rondaba el reconcomio y la culpa, y se pasó el resto de sus días llamándola a voces y suspirando por reencontrársela:
“A mí me enterráis en el Pueblo con ella, ¿vale?” Les recordaba en su paranoia
a los sobrinos.
A cuenta de Pancho
se hubiera quedado en la capital al lado de sus hermanas Teresitas, pero
chiquito el poderío monjil… así que, las faltó tiempo para llamar por teléfono:
-Acaba de morir -le
dijo sor Amparo a Pancho Alcoba-, os la enviamos ahora mismo al Pueblo, que era
su ilusión y su deseo.
-Un momento Hermana
-le dijo Pancho-. ¿Ese gasto corre de su
cuenta? o lo tenemos que soportar la familia.
-Hombre, Francisco.
Si la fuéramos a enterrar en nuestro cementerio, no habría habido gastos. Pero
esto es una cuestión familiar y lo tendrán que pagar ustedes.
-Pues no hagan nada
–la advirtió-, que enseguida vamos mi hermano y yo para hacer el traslado.
Movilizó Pancho a
su hermano Antonio y se presentaron los dos en el convento con un Sinca 1.000 prestado por Clemente, un
compañero de trabajo al que le había convencido diciendo que iban al pueblo a
recoger la cosecha de manzanas y que traerían un coloño lleno para él.
La peripecia de la
carga, el viaje y la descarga de la difunta darían para un relato crudo y
surrealista, pero lo cierto fue que no hubo incidente alguno y viajó ella tan
bien acomodada y arropada en los asientos de atrás del vehículo multiuso,
aunque, para no variar, con su gesto enfurruñado
de siempre.
Una vez en la casa,
la acostaron en su dormitorio y llamaron al médico para que certificara la
muerte.
-La hemos traído a
morir aquí –le dijo Antonio al Doctor-, cumpliendo la voluntad que había
referido siempre de estar al lado de los suyos.
-Pues ya podéis
bajarla al suelo y llamar al enterrador cuanto antes, que lleva unas horas
muerta y luego a ver quién es el guapo que la endereza y la mete en la caja –advirtió
el galeno-.
Desde que apareció
el coche fúnebre ante la puerta de la iglesia, estuvo Pancho atento a todos los
detalles, es más, le tocó incluso arrimar el hombro para transportar el cadáver
de su tía y subirle por las escaleras ayudado por un albañil-enterrador que iba
a su lado y dos primos treinta y tres que cargaron con la delantera del féretro.
Después de haber
soportado en la plaza el resol del estío serrano, se sentía Pancho mucho más aliviado dentro de la iglesia; una bocanada
de aire fresco le templaba el sudor que se le había instalado en todos los
poros de su piel, aunque el olor a incienso y cera quemada parecía oxidarle por
momentos los pulmones.
Cuatro damas
enlutadas y decrépitas entonaban a coro sus plegarias para pedir su salvación
eterna y un anciano con tremenda perlesía y voz gangosa lanzaba nuevas
jaculatorias que ellas respondían puntualmente.
Cuando introdujeron
el ataúd en el nicho que ella misma había estado pagando durante años, Pancho preguntó al enterrador:
-Y ¿qué fue de los
restos de mi tía Leonor?
-No te preocupes,
-le dijo- están al fondo en una caja pequeña de plomo. La verdad es que estaba
muy bien conservada.
-O sea que la
habéis descuartizado para dejarla un sitio a su hermana, ¿no?
-Es lo que procede
en estos casos, pero tranquilo que no se van a enterar de nada.
-Sí claro –le
respondió Pancho un tanto airado-, ya me imagino a las dos a la gresca; catorce
años de paz que ha tenido la pobre Leonor en su nicho orientado al sol de la
tarde, y ahora viene esta otra a incordiar como en sus buenos tiempos. ¡Qué
ganas de tocar los cojones!
Sin entrar en más
detalles y cumplidas las pompas fúnebres, procedía acercar posturas y organizar
los trámites de la herencia, y alguien propuso tomar un refresco en la terraza del
Bar Restaurante del pueblo; así que doce parientes entre mujeres y hombres se
fueron sentando bajo los quitasoles de la plaza y como quiera que el asunto requería discreción, lo más acertado fue la
intervención desenvuelta de La Petri que eludió el tema de la reunión y se dio
maña para derivar el discurso a su terreno de siempre, haciendo la tertulia
mucho más chusca y divertida.
La tal Petri, sobrina
política de la difunta, un fantoche de mujer alocada, hueca y caricaturesca,
relató con detalle sus aventuras financieras en el mercado inmobiliario, que,
claramente, la habían llevado a aquella situación de nueva rica, piojo resucitado
(al decir de sus primas y cuñadas) y se esforzó en describir con detalle las
entregas de dinero negro en bolsas de basura y sus insinuantes amenazas para
amedrentar a testaferros, escribanos e intermediarios.
“Ya le dije al tío listo aquel: –Me arreglas esto, o te mando un rumano para que
te parta las piernas.” Se expresaba ella.
Satisfecha y
animada por la carga etílica del vermut que rodaba por las mesas, hiló la hebra
otra vez para terminar contando sus
ataques de compra convulsiva, que satisfacía acaparando en el baratillo toda
suerte de marcas fusiladas a precios increíbles, que luego utilizaba para sus
cambios fenicios y su generosidad compasiva hacia las amigas menos favorecidas que
ella por la diosa Fortuna:
-Yo por Lola, lo
que haga falta –decía filantrópica la dama-. La he regalao una falda y una
blusa preciosa para el día de la comunión de su niña, que falta le hacían a la
mujer… bueno y unos tangas muy sexis en azul celeste y rojo pasión, que todavía
andaba la mi pobre, con esas bragazas del siglo pasao.
Después de relatar
la historia de sus ladrillos amontonados y su basurilla de vestidos y complementos
procedentes del Calé-Tiendas, solo le faltaba contar la mala vida pasada de
amores y amoríos del “puterillo” de su
marido El Alcoba y la nueva dedicación a la cocina casera que le había impuesto
para goce y disfrute de su reciente jubilación. Llegados a este punto, se
sobresaltaron los ánimos hasta enfrascarse todos en una carcajada colectiva que
amenizaba el velador congregando a un buen puñado de curiosos del lugar.
Cuando estaban en
lo mejor del sepelio, apareció la superiora, codo a codo con la ecónoma de las
monjas Teresitas, que se dirigió a Pancho para entregarle un legajo:
-Aquí se despide el
duelo, Francisco –le dijo moviendo la cabeza y
entornando los ojos con signo resignado-, este es el testamento de su
tía con las últimas voluntades; nos ha nombrado herederas universales de todo su
patrimonio.
>Que siga la
fiesta, buenas tardes.
Visto lo visto, no
pudo por menos Pancho que informar a sus hermanos y parientes de la situación, y
aprovechando que se encontraban allí todos los interesados, les añadió, que la única
posibilidad que tenían de heredar algo, era si alguno se decidía a poner a su
nombre la sepultura:
-A ver quién de
vosotros está interésao en quedarse
ahora con el nicho de la tía… lo normal es que pase a nombre del familiar de
mayor edad; los papeles del Ayuntamiento
los tiene el sepulturero...
Se dio por aludido
Antonio y dijo:
-O sea Pancho, que hemos
estao trabajando pá el inglés. Ya me dirás que hago yo con una finca de dos metros
cuadraos, construidos entre cuatro paredes, sin el alta del agua y la luz, y con los recibos municipales sin pagar. Lo
que es a mí, no me interesa, me voy a mi casa…
>Me imagino que irás hoy mismo a devolver el coche a tu colega, antes que se
mosquee; así que anda ligero, que te estará esperando con las manzanas… hasta
la próxima.
Cuando llegó Pancho
a entregar el Sinca 1.000 a su compañero, le tuvo que aguantar la bronca:
-Joder, Pancho: Te
esperaba este mediodía.
-Perdona Clemente,
que me han liao en el Pueblo…
-Ya, claro. Pues
resulta que me había hecho falta a mí para llevar a cubrir a la cabra, y como
se la haya pasao el celo… la tenemos cojonuda. Mañana sin falta me acompañas a
primera hora para cargar a la Mariana en el coche y se la llevamos al pastor de
Los Tremellos, que tiene un rebaño en el
monte con un macho cabrío que no
falla una. El año pasao nos dio mellizos.
-Cuenta conmigo
Clemente, que para eso estamos los amigos; mañana a las ocho en punto, estoy
aquí como un clavo…
>A propósito, no
te olvides de guardar las manzanas
extendidas al sombrío, que te aguantarán medio año por lo menos y además te
perfumarán la casa. Hasta mañana.
En cuanto soltó Clemente la talanquera del aprisco y vio la cabra el Sinca 1000 anaranjado, todo fueron saltos de gozo y berrea lasciva; abrió Pancho las puertas del choche y a la mínima señal, se coló la Mariana en el asiento del copiloto:
En cuanto soltó Clemente la talanquera del aprisco y vio la cabra el Sinca 1000 anaranjado, todo fueron saltos de gozo y berrea lasciva; abrió Pancho las puertas del choche y a la mínima señal, se coló la Mariana en el asiento del copiloto:
-Yo creo, Clemente
–le dijo Pacho-, que mejor si ponemos a la cabra en los asientos de atrás, para
no dar tanto notorio.
-Déjala que ya ha viajao un par de veces ahí y tan
contenta; ahora la calo yo una visera hasta los ojos y la sujetas tú desde
atrás, ya verás que ni se menea.
-Sí, sí. Como nos
pare la Guardia Civil te la van a clavar buena…
-No sé por qué. Otros
llevan el perro y no pasa nada, y los
asientos de atrás los tengo yo reservaos, mayormente, para hacer el amor... cuando
se tercia, claro.
-La verdad, Clemente, que tu coche da para todo
lo que le pongan, no le falta más que hablar, pero también te digo, que está mucho
mejor callao.
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