martes, 16 de junio de 2015

TRAGO Y CIGARRO

                                                       TRAGO Y CIGARRO  Paco Arana


                          
               
En un ambiente desabrido y apático transcurrió el entierro del último eslabón de la familia paterna de Pancho Alcoba; noventa y dos años había alcanzado aquella mujer, deshijada por estéril, y tan solo sus sobrinos, resobrinos y parientes lejanos asistieron a su despedida  en aquel cementerio provinciano, junto con media docena de beatonas Teresitas.
Ya lo dijo el curilla aquel en la homilía, “Tenía Josefina un  corazón espléndido que rara vez manifestaba”. Tan acertado como que, ni con lupa se encontró a alguien que conociera su generosidad y alabara sus virtudes, desde luego comentarios no faltaron: “Tenía su genio y muchas contradicciones ¿verdad? Qué pena, la vida no la debió de tratar muy bien que digamos. Nunca la dejaron mandar en el convento y de pura soltería, se volvió esquiva y amargada.” 
Su difunta hermana Leonor, ya se había ido de este mundo, años ha, sin despedirse de ella, pues llevaban unos meses en discordia a cuenta de la última azotaina que la había propinado la muy mística,   aprovechando el deterioro en que la iban dejando los achaques propios de su avanzada edad. Pero claro, una vez muerta, la rondaba el reconcomio y la culpa, y se pasó el resto de sus días  llamándola a voces y suspirando por reencontrársela: “A mí me enterráis en el Pueblo con ella, ¿vale?” Les recordaba en su paranoia a los sobrinos.
A cuenta de Pancho se hubiera quedado en la capital al lado de sus hermanas Teresitas, pero chiquito el poderío monjil… así que, las faltó  tiempo para llamar por teléfono:
-Acaba de morir -le dijo sor Amparo a Pancho Alcoba-, os la enviamos ahora mismo al Pueblo, que era su ilusión y su deseo.
-Un momento Hermana -le dijo Pancho-. ¿Ese gasto corre de su  cuenta? o lo tenemos que soportar la familia.
-Hombre, Francisco. Si la fuéramos a enterrar en nuestro cementerio, no habría habido gastos. Pero esto es una cuestión familiar y lo tendrán que pagar ustedes.
-Pues no hagan nada –la advirtió-, que enseguida vamos mi hermano y yo para hacer el traslado.
Movilizó Pancho a su hermano Antonio y se presentaron los dos en el convento con un  Sinca 1.000 prestado por Clemente, un compañero de trabajo al que le había convencido diciendo que iban al pueblo a recoger la cosecha de manzanas y que traerían un coloño lleno para él.
La peripecia de la carga, el viaje y la descarga de la difunta darían para un relato crudo y surrealista, pero lo cierto fue que no hubo incidente alguno y viajó ella tan bien acomodada y arropada en los asientos de atrás del vehículo multiuso, aunque, para no variar,  con su gesto enfurruñado de siempre.
Una vez en la casa, la acostaron en su dormitorio y llamaron al médico para que certificara la muerte.
-La hemos traído a morir aquí –le dijo Antonio al Doctor-, cumpliendo la voluntad que había referido siempre de estar al lado de los suyos.
-Pues ya podéis bajarla al suelo y llamar al enterrador cuanto antes, que lleva unas horas muerta y luego a ver quién es el guapo que la endereza y la mete en la caja –advirtió el galeno-.
Desde que apareció el coche fúnebre ante la puerta de la iglesia, estuvo Pancho atento a todos los detalles, es más, le tocó incluso arrimar el hombro para transportar el cadáver de su tía y subirle por las escaleras ayudado por un albañil-enterrador que iba a su lado y dos primos treinta y tres que cargaron con  la delantera del féretro.
Después de haber soportado en la plaza el resol del estío serrano, se sentía Pancho mucho más  aliviado dentro de la iglesia; una bocanada de aire fresco le templaba el sudor que se le había instalado en todos los poros de su piel, aunque el olor a incienso y cera quemada parecía oxidarle por momentos los pulmones.
Cuatro damas enlutadas y decrépitas entonaban a coro sus plegarias para pedir su salvación eterna y un anciano con tremenda perlesía y voz gangosa lanzaba nuevas jaculatorias que ellas respondían puntualmente.
Cuando introdujeron el ataúd en el nicho que ella misma había estado pagando durante  años, Pancho preguntó al enterrador:
-Y ¿qué fue de los restos de mi tía Leonor?
-No te preocupes, -le dijo- están al fondo en una caja pequeña de plomo. La verdad es que estaba muy bien conservada.
-O sea que la habéis descuartizado para dejarla un sitio a su hermana, ¿no?
-Es lo que procede en estos casos, pero tranquilo que no se van a enterar de nada.
-Sí claro –le respondió Pancho un tanto airado-, ya me imagino a las dos a la gresca; catorce años de paz que ha tenido la pobre Leonor en su nicho orientado al sol de la tarde, y ahora viene esta otra a incordiar como en sus buenos tiempos. ¡Qué ganas de tocar los cojones!

Sin entrar en más detalles y cumplidas las pompas fúnebres, procedía acercar posturas y organizar los trámites de la herencia, y alguien propuso tomar un refresco en la terraza del Bar Restaurante del pueblo; así que doce parientes entre mujeres y hombres se fueron sentando bajo los quitasoles de la plaza y como quiera que el asunto  requería discreción, lo más acertado fue la intervención desenvuelta de La Petri que eludió el tema de la reunión y se dio maña para derivar el discurso a su terreno de siempre, haciendo la tertulia mucho más chusca y divertida.
La tal Petri, sobrina política de la difunta, un fantoche de mujer alocada, hueca y caricaturesca, relató con detalle sus aventuras financieras en el mercado inmobiliario, que, claramente, la habían llevado a aquella situación de nueva rica, piojo resucitado (al decir de sus primas y cuñadas) y se esforzó en describir con detalle las entregas de dinero negro en bolsas de basura y sus insinuantes amenazas para amedrentar a testaferros, escribanos e  intermediarios. “Ya le dije al tío listo aquel: –Me arreglas esto, o te mando un rumano para que te parta las piernas.” Se expresaba ella.
Satisfecha y animada por la carga etílica del vermut que rodaba por las mesas, hiló la hebra otra vez  para terminar contando sus ataques de compra convulsiva, que satisfacía acaparando en el baratillo toda suerte de marcas fusiladas a precios increíbles, que luego utilizaba para sus cambios fenicios y su generosidad compasiva hacia las amigas menos favorecidas que ella por la diosa Fortuna: 
-Yo por Lola, lo que haga falta –decía filantrópica la dama-. La he regalao una falda y una blusa preciosa para el día de la comunión de su niña, que falta le hacían a la mujer… bueno y unos tangas muy sexis en azul celeste y rojo pasión, que todavía andaba la mi pobre, con esas bragazas del siglo pasao.
Después de relatar la historia de sus ladrillos amontonados y su  basurilla de vestidos y complementos procedentes del Calé-Tiendas, solo le faltaba contar la mala vida pasada de amores y amoríos del  “puterillo” de su marido El Alcoba y la nueva dedicación a la cocina casera que le había impuesto para goce y disfrute de su reciente jubilación. Llegados a este punto, se sobresaltaron los ánimos hasta enfrascarse todos en una carcajada colectiva que amenizaba el velador congregando a un buen puñado de curiosos del lugar.
Cuando estaban en lo mejor del sepelio, apareció la superiora, codo a codo con la ecónoma de las monjas Teresitas, que se dirigió a Pancho para entregarle un legajo:
-Aquí se despide el duelo, Francisco –le dijo moviendo la cabeza y  entornando los ojos con signo resignado-, este es el testamento de su tía con las últimas voluntades; nos ha nombrado herederas universales de todo su patrimonio.
>Que siga la fiesta, buenas tardes.


Visto lo visto, no pudo por menos Pancho que informar a sus hermanos y parientes de la situación, y aprovechando que se encontraban allí todos los interesados, les añadió, que la única posibilidad que tenían de heredar algo, era si alguno se decidía a poner a su nombre la sepultura:
-A ver quién de vosotros está interésao  en quedarse ahora con el nicho de la tía… lo normal es que pase a nombre del familiar de mayor edad;  los papeles del Ayuntamiento los tiene el sepulturero...
Se dio por aludido Antonio y dijo:
-O sea Pancho, que hemos estao trabajando pá el inglés. Ya me dirás que hago yo con una finca de dos metros cuadraos, construidos entre cuatro paredes, sin el alta del agua y la luz,  y con los recibos municipales sin pagar. Lo que es a mí, no me interesa, me voy a mi casa…
>Me imagino que irás hoy mismo a devolver el coche a tu colega, antes que se mosquee; así que anda ligero, que te estará esperando con las manzanas… hasta la próxima.
Cuando llegó Pancho a entregar el Sinca 1.000 a su compañero, le tuvo que aguantar la bronca:
-Joder, Pancho: Te esperaba este mediodía.
-Perdona Clemente, que me han liao en el Pueblo…
-Ya, claro. Pues resulta que me había hecho falta a mí para llevar a cubrir a la cabra, y como se la haya pasao el celo… la tenemos cojonuda. Mañana sin falta me acompañas a primera hora para cargar a la Mariana en el coche y se la llevamos al pastor de Los Tremellos, que tiene un rebaño en el  monte  con un macho cabrío que no falla una. El año pasao nos dio mellizos.
-Cuenta conmigo Clemente, que para eso estamos los amigos; mañana a las ocho en punto, estoy aquí como un clavo… 
>A propósito, no  te olvides de guardar las manzanas extendidas al sombrío, que te aguantarán medio año por lo menos y además te perfumarán la casa. Hasta mañana.

En cuanto soltó Clemente la talanquera del aprisco y vio la cabra el Sinca 1000 anaranjado, todo fueron saltos de gozo y berrea lasciva; abrió Pancho las puertas del choche y a la mínima señal, se coló la  Mariana en el asiento del copiloto:
-Yo creo, Clemente –le dijo Pacho-, que mejor si ponemos a la cabra en los asientos de atrás, para no dar tanto notorio.
-Déjala  que ya ha viajao un par de veces ahí y tan contenta; ahora la calo yo una visera hasta los ojos y la sujetas tú desde atrás, ya verás que  ni se menea.
-Sí, sí. Como nos pare la Guardia Civil te la van a clavar buena…
-No sé por qué. Otros llevan el perro y no pasa nada, y  los asientos de atrás los tengo yo reservaos, mayormente, para hacer el amor... cuando se tercia, claro.
-La  verdad, Clemente, que tu coche da para todo lo que le pongan, no le falta más que hablar, pero también te digo, que está mucho mejor callao. 



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