domingo, 27 de febrero de 2022

EL LOCO DEDL PARQUE


 

                                  EL LOCO DEL PARQUE  Paco Arana

                           

                                    A mí me llaman el loco

                                   porque siempre estoy callao,

                                  llamadme poquito a poco

                                  que soy un loco de cuidao.      Popular               

 

Desde el día que nos impusieron el uso necesario de la incómoda y maldita mascarilla, no he vuelto a ver a aquel hombretón fornido y desquiciado, que se sentaba en su banco incompartible y solitario del parquecito recoleto de este barrio donde, cada medio día, acuden ancianos venerables con sus nietecillos, desempleados de larga duración, comadres efectivas, cuadrillas de adolescentes, novios en capilla y matrimonios consolidados, colegiales del recreo… y este hombre humilde y solitario que a veces se enfada y vocifera con algún improperio ininteligible, que incomoda un poco, pero nunca ofende.

Tiene este parque un pedregoso estanque, que a falta de aquellos  llamativos peces de colores, está ocupado por cientos de patos silvestres que hace ya unos años se atemperaron al menú del pan atrasao y otros chuches edulcorados, del que también disfrutan las palomas del aire callejeras, todo esto por capricho y gracia de los animosos niños chicos.

El loco del parque, ha vuelto a las mañanas de sol primaveral y parece algo más triste y decaído que antes; con esto de la pandemia y el confinamiento, se nos ha pasado un año completo y ya le habrán caído a nuestro hombre los cincuenta por lo menos, y unos kilos  más de aquellos que llevaba en su cuerpo agigantado y molesto; además ahora masculla nuevos insultos y palabrotas, que escandalizan al mujerío y perturban el jugueteo de los peques.

Tiene reservado en exclusiva un banco propio con la seguridad de que nadie va a querer compartir un asiento a su lado, ya que ahora se le pegan a las comisuras de la boca unos espumarajos que él intenta sacudirse a zarpazos, pero que retornan y se asoman al momento, con el consiguiente repelús de los asiduos al parque.

A todas luces, parece que está solo, pero en el edifico de seis plantas que colinda con el parque, hay una ventana, siempre abierta, que vigila al trastornado protagonista de tan triste melodrama. Es su hermana, una mujer, ama de casa y madre de dos niñas, que vive en el cuarto piso de su mismo portal, justamente encima de su protegido y querido hermano y vigila desde allí sus movimientos, controlando la  reacción que le pudieran hacer las pastillas que toma a diario. 

 El peligro de un brote inmediato, esta agazapado en el instinto incontrolable de este hombre, que hace unos días se manifestó a la puerta de la bodeguilla de su calle y que gracias a la llegada sonora de una ambulancia, fue auxiliado por dos sanitarios que, allí mismo, le pincharon y atemperaron para trasladarle al hospital donde ha permanecido cinco días, una semana corta… pero ya le han dado el alta y le han dejado de nuevo en su casa, para que sea tan feliz junto a su hermana cuidadora, su barrio, su parque, sus patos, sus palomas, su bodeguilla, su banco solitario y sus pastillas salvadoras.

Pocas horas más se ha concedido este hombre para culminar la historia de su vida. De madrugada, llenó de agua caliente la bañera de su casa, se sumergió en ella y se cortó las venas. Una víctima más de los efectos colaterales de esta prolongada y maldita pandemia.

                          Se abandonó a la locura,

                          se hizo el loco más loco

                          y acabó con su aventura.  

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