miércoles, 30 de diciembre de 2020

BAR PATILLAS, DESPEDIDA Y CIERRE

                                                   LA CHARI Y AMANDO  Paco Arana



                               

Ya se nos fue el tabernero, de la calle La Calera,

ya apagó sus luminarias, ya están cerradas sus puertas.

La Historia del Bar patillas, no quiso estar bajo tierra

y las cenizas de Amando, por el firmamento vuelan.

Guitarra de media noche, la madrugada te espera

y un aire de libertad, va acariciando tus cuerdas.

 

Hola Chari. Querida amiga:

Hoy nos toca a todos los músicos y amigos incondicionales del Bar Patillas, cantar las alabanzas a nuestro gran amigo Amando, que habitó entre nosotros y ahora nos deja para siempre.

Antes de todo queremos recordar vuestros momentos tan felices  en la salud y agradecer tu dedicación infinita durante  sus últimos días de la enfermedad, no sin reconocer la impotencia ante la falta de ayuda sanitaria para su bárbara agonía en vuestra casa de Cantabria.

“Ella me ha salvado la vida y la taberna muchas veces”, decía y repetía Amando con plena lucidez y conocimiento. Verdad que fuiste en su momento, un eslabón necesario para el horario de la taberna, añadiendo encanto y disciplina a la hora bruja de las noches postreras.

Ahora que Amando duerme sin fin, escuchemos su semblanza más sentida y verdadera:

Fue tan gentil el tabernero, tan avispado y de tan alta compostura, que cuidó su apariencia cada día, bajando presto al mostrador de la taberna con su indumentaria decimonónica que, tal cual, pareciera rescatado de La Venta más castiza de la Sierra Cordobesa.

Con su mirada de gallo reñidor, patillas de hacha, cuatro pelos bien peinaos en su brillante calavera, afilado el rostro y el lenguaje mudo de sus manos, se  advertía en él un hombre audaz, cortés y delicado a fuer de haber sido vividor de cien batallas perdidas y haber ganado miles de amigos, más que asiduos, dependientes de su compañía y su taberna.

No era un tabernero al uso, fue el intérprete de una obra teatral en la que aparecía siempre emperifollado de chaleco permanente y camisa a rayas para cautivar al respetable con su gracejo, su entusiasmo, sus consejos y sus frases filosófico poéticas .

Se situaba siempre detrás de la barra de la taberna centenaria que había heredado de su padre y de su abuelo conservando el viejo atrezo de guitarras, bandurrias y laúdes, apoyadas sobre el antiguo cajón de cremallera, que en tiempos albergara los pellejos de aquel vino de pelea.

 En las paredes de este bar se ha quedado para siempre el galimatías de fotos y retratos de músicos de esta y otras épocas, letras de canciones, programas musicales, indicaciones, anuncios, refranes y poemas.

Con qué entusiasmo levantaba Amando el telón de su taberna cada día, para el estreno de un nuevo capítulo de su historia verdadera. Con qué ritual atrapaba a su querida clientela: cantaores y cantantes, guitarristas, laudistas, actores, figurantes, bufones y otras hierbas, acudíamos puntuales a la cita con nuestros regocijos y nuestras penas, llenando la taberna de nostálgicas canciones y la frescura de otras melodías más modernas.

 

  

 

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